miércoles, 1 de septiembre de 2010

Cayo Saetía

Cayo Saetía

La llegada aquella mañana a Cayo Saetía ocurrió a 20 minutos de vuelo en un helicóptero, que al posarse sobre un herbazal barrió con sus hélices el rocío, anunciándonos de ya un día de sorpresas.

Juan Pablo el fotógrafo y yo viajamos casi de polizontes “autorizados” junto a un grupo de verdaderos turistas de diferentes lenguas.

Abordamos varios jeep todo terreno apostados allí con sus chóferes y los motores listos para una marcha por los 42 kilómetros cuadrados que tiene este fantástico cayo cubano.

Cayo Saetía es todo un santuario de la naturaleza en el más vivo esplendor, con más del 65 por ciento de superficie de bosque firme, situado al margen de la Bahía de Nipe, cercano a Antilla en el norte oriental de la isla y casi frente a Punta El Ramón.

El recorrido sobre ruedas terminó de cara al mar, justo a la entrada de una de las múltiples playitas que bordean Cayo Saetía, en una especie de acampado donde un grupo musical dio la bienvenida a lo criollo, guitarra, bongó y maracas en manos, rompiendo alegremente el agreste silencio.

Los visitantes de ese día, luego del recibimiento, optaron por conocer a fondo el cayo por diferentes modalidades, a pie hacia las playas, a lomo de caballo acompañados por expertos guías o sobre otros jeep descapotados capaces de recorrer caminos a campo traviesa; y por este nos decidimos Juan Pablo y yo, para aprovechar mejor el tiempo de que disponíamos.

El espectáculo del amanecer en este sitio es impactante, cuando los animales que lo habitan, cebras, antílopes, venados, toros salvajes, caguamas, cocodrilos, comienzan a esparcirse y establecerse como dueños de pequeñas praderas, o a salir al sol desde sus charcas o lagunas.

Todo esto vimos, tal una película tridimensional, por espacios semejantes en la imaginación a las praderas africanas o los llanos de Suramérica, según lográbamos divisar manadas de cebras o de ñandúes elegantes, y dromedarios traídos hasta allí quien sabe de donde.

Un almuerzo típico de la comida nacional anima el mediodía al más rancio estilo campestre, al aire libre, sentados sobre bancos, y una larga mesa vestida de blanco y adornada con flores silvestres.


Cuando aún distan unas horas para el retorno al pájaro de hierro que nos llevó hasta allí, las playas resuenan en su tranquilo oleaje como una invitación a caminarlas en sus arenas suaves.
Contagiados del entusiasmo de unos niños que gritaban a todo pulmón ¡ Aventura! ¡Aventura!, anduvimos esos caminos, una experiencia de la cual hoy dejamos esta viñeta con sus postales únicas, deseándoles a quienes la lean sientan igualmente el placer de la más plena identificación emotiva con una naturaleza sin par.


Nos vemos en la próxima aventura.

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